Es un audiovisual con toda la carga poética y
narrativa de Gregory Colbert, fotografo canadiese, que nos conduce directamente
a los adentros de nuestro ser, ese ser espiritual que se relaciona con la
naturaleza y los animales como la obra de arte más perfecta en la historia de
la tierra misma.
La belleza de la imágenes
poseen el poder de atrapar al especatador y conducirlo tanto fuera como dentro
de sí, tan lejano y tan cercano a la vez, que asusta y exalta al mismo tiempo
que se escucha la música con los altibajos más exorbitantes, como una montaña
rusa en forma de espiral, relajante e hipnotizante.
Una cinta narrada
como una especie de ´documental del alma´ convierte a los estereotipos modernos
en confusos estados superfluos de alegria, paz, tranquilidad y relajación, si,
es una suerte de construcción del alma y del ser, no al estilo de la famosa
autoayuda, pero si con grandes atributos reflexivos acerca de la manera como
vivimos y cómo es esa relación entre nosostros, animales entre los animales, la
naturaleza, el agua, la vida y los cuerpos.
Somos hijos de la
naturaleza y por lo tanto tenemos la responsabilidad y el compromiso de
devolverle a ella la vida que nos ha dado, si lo hacemos, comprenderemos de qué
se trata habitar este planeta, de qué se trata residir en la tierra junto con nuestros vecinos, los distintos e incontables seres vivos.
Si logramos formar
vinculos con la idea del director, la fotografía y la música de esta obra de
arte, podremos sacarle el gusto a esa maravillosa mezcla de cosas; de lo
contrario, nos parecerá la película más densa, tediosa e insoportable, una
pesadez inacabable.
Esta película ha sido
visitada por más de 10 millones de personas hasta hace menos de un año, lo que
la ubica en la mejor exposición de un artista vivo con mayor asistencia de la
historia.
Grabada en más de 27
expediciones a India, Ceilán, Tailandia, Egipto, Birmania, Dominica, Tonga y
Azores.
Por JaimeRicaurte