lunes, 18 de abril de 2011

::Simón del Desierto::Dir::Luís Buñuel::1965::

El deseo carnal es en el tiempo inexorable un tema recurrente y persistente, donde hasta el más casto de todos, expira ante el más mínimo rose de alientos.

Aunque, en esta película no hay asomo de la muerte en la manera en que venia presentándose a lo largo del mes que la honra en nuestro cine club, por el asunto de ser Semana Santa, la “Semana Mayor”, como la nombran religiosos de todo el mundo. Si hay una muestra de la dualidad tan arraigada en el hombre, quien ha depositado confianza sin condición ante la existencia del mal, el Diablo como el hijo calavera del Dios, ese ser omnipresente, indefinido por quienes en sus discursos argumentan moralmente qué no se debe y qué si, según sus intereses particulares.

Para la época, ésta cinta pudo ser una clase de revolución moral, tal vez hereje a los ojos del fiel y discutida por todos, Buñuel atraviesa un desierto estereotipado sobre el bien y el mal y es notable el peso del “pecado” que recae sobre él, sobretodo por la forma de proponer la imagen real del mecías ante la mirada acostumbrada del espectador y frente a su show de penitencia “mediática” que cubre la Iglesia, la fe y los milagros inaplazables. Todo esto viene de una cultura judeocristiana empotrada en Latinoamérica, es una tendencia del pensamiento que todo lo bueno y lo malo emana de la íntima relación con los seres supremos.

La vida en sacrificio, tiene una connotación realizadora para quienes tratan de alcanzar espiritualmente un estadio perpetuo de plenitud, “(una pensión sagradamente vitalicia)” a través del sufrimiento personal. Lo cual no deja de ser también una constante penitencia para los que “creen de lejos” aquellos quienes guardan dentro de su fe, la duda acerca de la salvación, pero ¿salvación de que? Si lo biológicamente estructurado por años, nos lleva a un sólo camino, la muerte, no sin antes, libremente haber pasado por los caminos de la fertilidad hacia la preservación de la especie humana.

Tal vez, usted crea en cierto contacto espiritual y tal vez, exista de la manera en que nos lo muestran la mayoría de las religiones en el mundo, pero para mi no hay mayor contacto espiritual que el equilibrio, esa estabilidad que desde un punto de vista ontológico (lo que debería ser) pero no es, podemos realizar con nuestro entorno, con la naturaleza que está ahí afuera y dentro de si, viviente, a la espera que el hombre reflexione y establezca un contacto ecuánime, sostenible en el tiempo, para que no sólo nosotros sino también la nuevas generaciones puedan entender, comprender y disfrutar el mundo que les queda, para así poder llegar a donde siempre hemos querido llegar, la perfección. O, ¿no es ese nuestro más grade objetivo? El caso es que el hombre de ahora quiere llegar a la perfección pero por encima del otro, sin importar lo que al otro, sin nada. Y quizá éste lenguaje, al que ya hemos llegado después de miles de años, no sea el mismo desde que se inventaron las religiones, pero lo que si es seguro es que al paso que vamos, ninguna creencia salvara esta imberbe especie, llena de dolor y sufrimiento fundado que confundimos con el sólo gesto de alzar las manos hacia el cielo, esperando lo que nunca llegara.


Por eso, la pulsión por lo carnal es uno de los aspectos que mayor fuerza tienen en nuestra sociedad, o sino que lo digan los tentados sacerdotes pedófilos o los taxistas que por miserias echan mano de la inocencia en las calles de ésta ciudad para saciar sus deseos. No trato de moralizar las cosas a través de la norma, porque ella a mi también me ha jugado una mala pasada, sobretodo tratándose de mi anarquismo y vocación por la vida de forma natural. Pero, aunque respeto la vida tal y cual nos tocó, sin conformarme, no estoy para nada de acuerdo con el engaño en el que nos tienen los poderes actuales y mucho menos  justificaré los actos violentos en contra de quienes no pueden defenderse, física e intelectualmente. Tampoco mi intención es generar un debate en un tópico que no tiene fin, pero si estableceré mi posición en un mundo que no tiene dueño y algunos creen serlo. “Simón, ¡¡¡no te entiendo!!! Hablamos lenguajes diferentes”. ¡¡¡Te invito a una cerveza!!!


Jaime Ricaurte.
Sociólogo.
U. de A. 

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