::Dans Ma Peau::(En mi piel)::Marina de Van::Francia::2002::
Opera prima de Marina de Van, una película con un cuento puramente artístico, donde rebosan sentimientos que se reflejan a través de lo estético, de lo sensible, de esa mirada incomprensible de un mundo interior y tan intimo, en el que pocas personas pueden entrar, pero que al mismo tiempo nunca sabrán la forma adecuada de salir.
Una cinta escrita, dirigida e interpretada por su propia directora, una bailarina y actriz francesa capaz de establecerse en el ámbito de las artes escénicas como una reproducción latente de sensaciones y sentimientos únicos en personas que viven y han convertido su disciplina en sus gustos, sus gustos en disciplinas, transgrediendo así todo sentido convencional en cuanto a las relaciones entre el cuerpo, los objetos y el espacio.
Esta película explora la dimensión cultural del dolor en una sociedad donde toda interpretación al respecto suele manifestarse como un tabú frente a la autoflagelación, la autodestrucción del cuerpo buscando el placer a través de prácticas no muy “sanas” pero vistas desde el arte como una forma de escapar de parámetros sistémicos impuestos por un “orden social” salido de todo pensamiento subjetivo.
Todo esto parte de cierta obsesión que los hombres, el ser humano, construye en relación con el cuerpo, su cuerpo, lo cual surge de diversos bastimentos culturales que le dan forma al concepto de “cuerpo” desde las distintas sociedades en el mundo. (Lo que para unos es un asunto normal, para otros, esos aspectos pueden ser vistos como las formas de vulnerar aquello tan sagrado), herramienta en la tierra para el desarrollo de un ser espiritual. Fenómeno que desde el arte alcanza a ser visto desde otra perspectiva, dependiendo eso si de la cosmovisión en cada individuo, de cada sociedad, de cada contexto, como ese elemento que lo es todo en la vida pero que puede ser socavado sin asomos de moral como lo vemos a diario en nuestras exigentes sociedades modernas, donde podemos sentir al igual que Esther (Marina de Van) el vacío interior donde somos arrojados al tratar de ser parte de las falsas sociedades, competitivas, degradadas y derruidas por la envidia, el desamor, la soledad, el miedo, la depresión, el estrés y cuantas cosas más nos quieran implantar, como único y desfasado signo de control social.
Este radical discurso tan difícil de digerir, como creo que debe ser la carne humana y sobre todo si se trata de nuestra propia piel con sus músculos, forma parte de ciertas patologías que van más allá de un simple comportamiento enfermizo adscrito a procesos personales con características exageradamente complejas, aspectos psicológicos fundados desde una humanidad aparentemente normal pero que sufre constantemente errores de fabricación en la planeación para el buen desarrollo del ser en sociedad.
La idea tampoco es buscar culpables, porque acá en esta película no hay psicópatas, ni asesinos y mucho menos señalaremos a una sociedad que busca monstruos que inspiren cintas de terror. Existe si, una mujer normal que encuentra otras y distintas sensaciones en su propio dolor, en la destrucción, arrancando con tenedores y pedazos de hierro su piel, su carne porque así se siente libre de hacerlo, impulsada por su pasión y las ansias de una artista, publicista en la película, que alguna vez se imaginó su vida placenteramente dividida en piezas corporales.
Una cámara subjetiva elabora muy bien el plano corporal que está siendo cercenado, cortado, para saborear el rojo de la sangre. Rastros de ésta se amplían a los ojos de los espectadores mareados como si fuéramos nosotros quienes estuviéramos haciendo lo mismo que la protagonista en primera persona, excelente componente para transmitir esos momentos mórbidos y claustrofóbicos. Escapar del mundo real es el objetivo de Esther. Deslizándose en el suelo de una habitación y dentro de si misma ella se aparta del mundo material y sus banalidades para sumergirse en los placeres del dolor, en el placer de no existir nunca más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario