Ver a Vanessa Paradis actuando de ésta manera y sobretodo cuando la hemos oído cantar angelicalmente “Joe Le Taxi”, es un regalo que nos hace Patrice Leconte, en un formato que es característico del cine francés. Escenas en blanco y negro con locaciones urbanas bastante gélidas, hacen parte de esta historia de amor atípico protagonizada por dos excelentes actores y llena de la fantasía propia de un espectáculo circense.
(Daniel Auteuil), Gabo en ésta película, es un lanzador de cuchillos profesional quien se encuentra con Adele, ella está apunto de lanzarse de un puente a las frías aguas para suicidarse y en ese momento escucha las palabras de Gabo: “Pareces una joven apunto de cometer una estupidez”.
Esta mujer quien después de una entrevista y donde casi a manera de monólogo narra en un primer plano parte de su desconcertante vida de amores y desamores, encantos y desencantos, relata hasta dos escasos meses de cumplir sus 22 años lo que para ella es una “sala de espera”, “una gran estación de tren en la que la gente pasa corriendo, con prisa, sin verla. Cogen taxis y trenes, tienen un sitio a donde ir, alguien con quien encontrarse mientras ella se queda sentada, esperando a que ocurra algo”. Todo esto hablando del futuro como parte de la cinta, que todavía no devela de que se trata el film en sí, pero que sucede hasta ese primer encuentro que les cambiará la forma de ver el mundo a su alrededor con un poco más de buena suerte.
Dispuesta a convertirse en diana de su recién conocido lanzador de cuchillos y sin nada que perder, asume el papel con la elegancia que le caracteriza y hace de Vanessa Paradis a la mujer que cualquiera desearía tener en su lecho de amor. La sensualidad, el porte y su esbelta figura ayudan a que éste desafió a la muerte sea en sí, un aspecto fundamental en la mixtura que presenciamos entre amor, muerte, elegancia, decisión y desazón.
Leconte plantea la sencillez con la que dos personas se encuentran en la vida, desarrolla una trama de amor a través de dos personajes de carácter opuesto, la ingenuidad de Adele y la experiencia de Gabo. Desenvuelve alrededor de ellos la creencia de la “suerte” como un complemento que permanece en cada uno, si permanecen unidos, situación que cambia y nos damos cuenta de ello, en un hermoso dialogo a distancia después de una separación involuntaria.
“La suerte hay que quererla, hay que mirarla. Hay que creer en ella” le decía Gabo a Adele para que fuese su compañía en los diversos shows que representarían por el mundo, animándola a continuar una vida a su lado, siendo famosa y siendo también su musa inspiradora por el resto de sus vidas, aún cuando ninguno de los dos se toca un solo dedo a pesar de las muestras de ninfomanía, latentes en el comportamiento de la chica.
Esta obra de la cinematografía francesa, es la muestra de un cine que todavía se niega a perder los finales felices como la acostumbrada composición de gran parte del cine de Hollywood, es una película “apta” pata aquellas personas que están cansados de ver un cine violento o con finales no muy románticos donde el protagonista, ese personaje que muchos logran amar, durante esas cortas dos horas de función, no muere, por mucho que lo haya intentado en el transcurso de la película. Es una cinta, catastróficamente amorosa, llena de cuchillos, sonrisas, lágrimas, amores perdidos, otros encontrados y una pizca de sangre. Ya verán por qué.
JaimeRicaurte.
Sociólogo.
U. de A.
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